viernes, 29 de enero de 2010

LA OTRA CARA DE MARRAKECH

Uno debe aparcar cualquier experiencia previa que haya vivido en una medina árabe (o puestos a concretar, marroquí) porque lo que emerge de la plaza de Jamaa El Fna, en medio de Marrakech, nada tiene que ver con nada. Su rostro va cambiando con las horas y, por eso, a mediodía acudirán sedientos en busca de un zumo de naranja, curiosos con ganas de un tatutaje de henna o lugareños de paso para alcanzar la mellah (el todavía barrio judío). Pasados los ratos de sol, aquí se dan cita aguadores, acróbatas, encantadores de serpientes, faquires y demás profesiones de patrón parecido.

Acompañada de los zocos que la circundan disgregados en función de si lo que se vende son babuchas, bolsos, joyas, especias..., la plaza es el centro neurálgico (y real) de la ciudad marroquí y el motivo base por el que cada vez más turistas (y, entre ellos, cada vez más españoles) ponen rumbo a Marrakech. Por eso también, los alojamientos han ido multiplicándose y afinando su gusto y sus comodidades. El hotel Kenzi Menara Palace es una muestra, surgido al amparo de los antiguos palacios andalusíes y con ese tono rojizo tan característico impregnando las fachadas. Nota: a Marrakech se la conoce como la ciudad roja. Y este cinco estrellas se mimetiza con el ambiente, incluso en los recovecos que surgen entre los jardines y los patios moriscos, al más puro estilo de los tradicionales riads.

A apenas 10 minutos del aeropuerto en taxi y otros tantos de la medina (siempre en coche, eso sí; demasiada distancia para ir andando), el hotel se ha levantado en lo que fuera un antiguo parque de siete hectáreas. Espacio suficiente para construir 189 habitaciones de entre 55 y 250 m2 (con una o dos terrazas con vistas a la impresionante cordillera del Atlas), 47 suites (una real), tres restaurantes, un spa de 1.000 m2, un piano bar, pistas de tenis, de voleibol... Y una relajante piscina central (con restaurante) a modo de oasis en torno a la que se estructuran las distintas estancias y villas.

El hotel forma parte de la cadena marroquí Kenzi, con enclaves a caballo «entre el encanto oriental y el lujo moderno» (como definen sus responsables) distribuidos por las principales ciudades del país. En Marrakech cuentan con cuatro, pero sólo éste se incluye en la categoría Premium. Se advierte en la exquisitez color wengué que decora las habitaciones, los espaciosos baños (con dúo bañera de hidromasaje/ducha), el hall arabesco que recibe al visitante con bienvenida de té a la menta incluida o el confortable piano bar, una opción nada desdeñable para los que prefieran obviar las noches en vela en la vecina (vecinísima) discoteca Pachá. A gusto del consumidor.

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